13.10.08

HÁPTICO PICTÓRICO (II): La acumulación analítica. Luz, color y textura. La experiencia háptica en la Capilla de San Ignacio.


“La fenomenología es una disciplina que supone la esencia en la experiencia. La percepción completa de la arquitectura depende del material y el detalle de la realidad háptica, como el gusto de una comida depende del sabor de sus ingredientes (...). Como un catalizador de tiempo (...), la experiencia sensorial se intensifica, la dimensión psicológica es alcanz
ada”[1].

Si hay un objetivo común que persiguieron las vanguardias del XX y del que son deudoras las tendencias posteriores a la Gran Guerra, éste fue el viraje de la contemplación de la obra artística a la percepción de la misma. Este acto de percepción, que implica la participación dinámica del hasta entones pasivo espectador, fue primero “descubierto” en arquitectura. Podemos afirmar, sin arriesgarnos, que el Manierismo fue en este aspecto la primera vanguardia arquitectónica de la historia. Si hasta entonces la arquitectura se movía de forma lineal entre la innovación técnica y el vínculo con la tradición, a partir de este momento el drama convertirá esa línea en serpentina[2] y la obra arquitectónica abandonará la magia para buscar conmover. La manipulación de la luz y la transmutación de las propiedades naturales del material (“convirtiendo” la piedra en una ligerísima cáscara de huevo a la manera de los Dientzenhoffer en la Praga rococó) serán el leiv motif de la composición espacial arquitectónica hasta la llegada del movimiento moderno, que incorporará la manipulación de lo portante al debate arquitectónico. La importancia del material en la experiencia sensitiva (entendiendo que la luz y el aire también lo son), y su acumulación espacial (en dos o tres dimensiones) están especialmente presentes en la experiencia cubista. La acción del collage como producto de la descomposición matérica y el apilamiento posterior en un soporte único permite entender la importancia que para el cubismo tiene lo matérico como forma de construcción sensual y metafórica, algo que ya anunciaba la corriente filosófica idealista del XIX[3] y que se opone frontalmente a la pura estética visual. Esta posición de enfrentamiento con la manipulación de la imagen visual en favor de la cualidad táctil y corpórea está muy presente en las obras de algunos grandes arquitectos del XX. No es casualidad que Holl inicie una conversación con Pallasmaa[4] delante del libro sobre Sigurd Lewerentz -El dilema del Clasicismo[5]- sobre la mesa. La obra de Lewerentz es especialmente potente “en su extraordinaria capacidad táctil y su identificación corpórea”, y la misteriosa experiencia de sus iglesias evoca una sensación de intimidad que va más allá de la metáfora del material. La iglesia de San Marcos en Björkhagen (1956-60) es todo un manifiesto en este sentido[6]. La cualidad doméstica y táctil del ladrillo moldeado y cocido artesanalmente es llevada hasta el extremo, y la superficie vibrante que genera al exterior es llevada al interior. El muro formado por piezas discontinuas en juntas desiguales se desmaterializa y el espacio de celebración se fragmenta en incontables matices de reflejo, coloración y textura. La descomposición del espacio es reforzada por la disposición de un centenar de puntos de luz suspendidos de un finísimo cable sobre la nave central, y por la manipulación geométrica en los huecos de fachada (que genera un efecto de antimetría al optar por la entrada de luz directa en el muro sur y la entrada deslizante en el muro norte). Como en un cuadro cubista, “el objeto no se anula, se ilumina con inteligencia y sensibilidad. Une percepciones visuales y percepciones táctiles (…) desplegando una perspectiva libre, móvil…”[7]
En este sentido, el espacio atrapado por la Capilla de San Ignacio podría interpretarse como una relectura de los planteamientos de Lewerentz en su obra de Björkhagen, y por extensión una reinterpretación de los sentados cubistas. La textura se recupera en el llaneado dentado del yeso, y la aplicación de una pintura gris perla extraordinariamente brillante que refleja todo matiz luminoso multiplicando las sensaciones cromáticas del espacio interior. Como en San Marcos, esta textura arranca en los cerramientos verticales y se prolonga en las bóvedas alabeadas que conforman el techo, en una clara vocación de tensionar el espacio en vertical. Los puntos de luz suspendidos abandonan aquí la retícula y se disponen de forma aparentemente azarosa, abandonando toda suerte de sistema referencial mesurable y dilatando las visuales hacia múltiples puntos al mismo tiempo. Si, tras una primera etapa más monocromática, tanto Picasso como Braque reintrodujeron el color en sus composiciones (la Guitarra de 1913 era la respuesta a las críticas de amigos y compañeros que consideraban la pintura de ambos artistas demasiado estática[8]), Holl incorpora la luz coloreada al espacio ya extremadamente tensionado de San Ignacio. Con la coartada de adaptarse al discurso procesional, y recuperando algunas de sus experiencias anteriores (de las que destacan sobre todo las oficinas D. E. Shaw), se emplea el vidrio de color para introducir una nueva vibración que es, además, cambiante a lo largo del día y que por la noche se devuelve al campus en forma de lámparas[9]. En Holl el color está vinculado a la luz, es “intangible” por oposición a la extrema tactilidad de lo matérico. Cuando pinta un muro de un color ajeno a su naturaleza constructiva está buscando el efecto del reflejo de la luz, nunca una cualidad per se. Por eso el espacio de san Ignacio está dotado de una extraordinaria “magia” que recupera el sentido primigenio de la arquitectura: “Lo que hace el interior tan arrebatador y enigmático son los halos de luz suavemente pigmentada fragmentada a través de sorprendentes manchas de color místico”[10]
Dice Holl en su artículo Within de City[11] que “dada una idea arquitectónica, las relaciones de los materiales de construcción imponen una dimensión que penetra en la percepción a través de la materia hasta alcanzar la tactilidad”. En la capilla de San Ignacio, el proceso constructivo y el resultado material juega un importante papel en la percepción final del objeto. Retomando la idea de puzzle, el despiece de los paneles de fachada no sólo trata de mostrar de forma sincera la voluntad constructiva de la capilla; también sirve de coartada para abrir los huecos verticales (como “dilataciones” en las juntas entre paneles) y generar cierto movimiento en los alzados. Este dinamismo producido por la eterna tensión entre piezas que formando un todo tienen cierta capacidad de ser leídas de forma independiente nos remite de nuevo a las experiencias escultóricas del cubismo, donde una guitarra es a la vez un conjunto de objetos con cierto valor autónomo (es clarísimo en el cilindro que conforma el agujero de la picassiana Guitarra de 1912), objetos que no acaban de ensamblarse (generándose entre ellos la misma tensión que entre los paneles de hormigón de la capilla, que tampoco encajan para dejar pasar la luz; o en el propio campanario, casi un juego escultórico-cubista) pero que a la vez configuran la idea objetual que el espectador o usuario, valiéndose de la percepción, sólo tiene que terminar de reconstruir. En un segundo paso, tal y como indica Holl, la percepción alcanza la tactilidad, y los paneles muestran su condición constructiva en los “nichos” de izado (“pick pockets”) luego cubiertos con piezas de bronce que brillan con la luz del sol, y en las juntas resueltas con detalles de encaje.

[1] HOLL, Steven: Parallax.Ed. Princeton Architectural Press-Birkhauser. New York-Berlin, 2000 [2] HOGARTH, William: The Analysis of Beauty. 1753 [3] encabezada por Hegel [4] PALLASMAA, Juhanni: Una conversación con Stephen Holl. En: Steven Holl, 1986-2003. Revista El Croquis. Madrid, 2003 [5] WILSON, Collin St. John: Sigurd Lewerentz and the dilema of the classsical. En: Perspecta, nº24 [6] v. QUINTANILLA CHALA, José Antonio: Sigurd Lewerentz 1885-1975. Una transición nórdica a la Arquitectura Moderna. Desplazamiento gradual hacia el dominio de lo táctil. Tesis Doctoral en depósito. Universidad Politécnica de Cataluña. Barcelona, 2004. [7] METZINGER, Jean: Note sur la peinture, 1910. Trad. Libre del autor. [8] DE SERIO, Maximiliano: Picasso, 1915-1973 (volumen 1). Ed. Unidad Editorial. Madrid, 2005 [9] En palabras del propio Holl. [10] OLSON, Sheri. En: Architectural Record. Julio de 1997 [11] HOLL, Steven: Parallax. Ed. Princeton Architectural Press-Birkhauser. New York-Berlin, 2000